Actividades académicas y literarias

     















     





El mundo infinito del bien, una historia apasionante y emotiva de Leoded:


 ALENTAR

Me alegró que me llamara. Su nombre me devolvía a ese pasado lleno de promesas futuras, el de la infancia, que tanto valoramos cuando pasamos revista a nuestra vida desde la madurez.
Hacía ya cuarenta años que no nos veíamos. Habíamos sido vecinas, compañeras en el colegio primario, amigas de barrio, y hasta habíamos compartido encuentros en nuestras casas, y cada una de nosotras recibió la calidez de los padres de la otra.
Por eso lo primero que surgió en mi recuerdo cuando me dijo su nombre, fue el rostro sonriente de su mamá asomada a la ventana, radiante por el sol que la iluminaba.
Nuestro distanciamiento empezó cuando ingresamos al colegio secundario, ya que ahí ya no éramos más compañeras. Yo iba al liceo, y ella al magisterio. Pero claro, nos seguíamos viendo por el barrio, pasando por la vereda o corriendo tras los colectivos.
Luego, cada una de nosotras se fue a vivir a un barrio diferente. Ella un poco más al norte, y yo un poco mas al sur.
Y así fue como dejamos de vernos aproximadamente por cuarenta años.
Pero ahora su voz me reclamaba un resumen de mi vida. Tenía que ser un resumen súper breve. No podía especificar ni detallar en una primera conversación telefónica. Todas las cosas que me hubiera gustado remarcar.
Ella también fue súper breve. Y en la conversación aparecieron los hijos, los matrimonios, los logros profesionales., todo eso nombrado rápidamente. Pero luego aparecieron los achaques.
¡Las dos luchando contra los achaques que vienen con la edad!
Por cierto que la enfermedad que la aquejaba, era triste e invalidante. Por cierto que la esclerosis múltiple, barría con todas las promesas infantiles de un futuro lleno de magia y posibilidades.
Después de hablarme de su enfermedad, su voz se transmutó. Ahora transmitía una tristeza honda, que muy pocos supieron superar.
Mientras la escuchaba, algunos nombres notables surgieron en mi memoria. El primero fue el del conocidísimo astrofísico Stephen Hawkins, que desde su silla súper poderosa asombra al mundo con sus teorías sobre el cosmos. Después fue el rostro de Jacqueline Dupres, que había suspendido un teclado sobre su cama para seguir ejercitando sus dedos, ya que era la única parte del cuerpo que podía mover. No podía dejar de pensar en Fontanarrosa, quién nos hizo reír y regocijar con su chispeante imaginación y sentido del humor, y que siguió dando charlas y conferencias hasta el momento en el que le tocó dejar este mundo.
Esas personas, las que supieron luchar en la vida y la profesión, seguramente siguieron manteniendo en su interior a aquel infante con su futuro lleno de promesas, intacto.
La vocecita que me llegaba desde el otro lado del teléfono, contrastaba enormemente con la imagen que se formó en mí, de las personas a las que nombré.
Por cierto, que aquellos que se olvidan de sus sinsabores, penas y dolores, y continúan haciendo una vida creativa y constructiva, nos sirven a todos de modelo y ejemplo. Por supuesto, cuanto más duro y difícil, más doloroso e infranqueable es el avatar que se debe sobrellevar, más encomiable es la conducta de aquel que puede hacerlo.
Y aquellos dolores, pesares y enfermedades que más se notan, aquellos que no se pueden disimular de ninguna manera, porque están grabados en el cuerpo como una escultura en el mármol, como este de la esclerosis múltiple, son los ejemplos más impactantes y educativos.
De los que avanzaron por la vida a pesar de su deterioro físico, aprendemos sin dudarlo, el valor inextinguible del espíritu y de la fuerza espiritual.
Pero mi compañerita de colegio primario no integraba el grupo de aquellos escogidos, para quienes su enfermedad es apenas un elemento más de su persona, y nunca, nunca el más importante, y menos aún, aquel con el cual se presentarían ante los demás.
Así es como me habló un largo rato de todas las cosas que no podía hacer, y comunicándome que se sentía muy sola, a pesar de los hijos, de la mucama, de los profesionales que iban a atenderla sistemáticamente, como psiquiatras, kinesiólogos, médicos especialistas y demás.
Su vocecita se iba afinando a medida que hablaba de su irremediable soledad y me sentí obligada a hacerle una visita, con lo que no hice más que confirmar el triste estado de su cuerpo, y lamentablemente también el de su alma.
Nos seguimos hablando y nos seguimos viendo de vez en cuando. Siempre en la casa de ella. Afirmaba sentirse sola, necesitada de compañía, pero rehusaba enérgicamente la posibilidad de utilizar una silla de ruedas para trasladarse, como habían hecho otros en su misma condición. Parecía más importante no usar esa silla de ruedas, que tener la posibilidad de salir a la calle, ir a una plaza, o simplemente quedarse en la vereda, en la misma puerta de la casa y ver pasar a la gente.
Su enfermedad la enredaba. Ella se enredaba en su enfermedad, y no parecía aceptar ningún consejo que pudiera desenredarla.
Yo sin embargo insistía con la silla de ruedas. Mientras ella aumentaba su resistencia. La resistencia venía acompañada del lamento por la soledad que se agrandaba, se agrandaba a medida que la enfermedad se volvía más y más invalidante. Sus expresiones sólo revelaban una queja profunda, y a medida que hablaba su vocecita se iba afinando, hasta transformarse casi en un lamento apenas audible. Su queja llenaba todo el espacio que había entre nosotras, llegando a invadir también el lugarcito cada vez más pequeño que quedaba para mí.
Por supuesto, que aunque su actitud me contagiaba de a ratos, no podía exteriorizar ni un lamento, una queja, hasta que llegaba el momento en el cuál, ni siquiera podía expresar una opinión.
Pero un día no empezó la conversación por las quejas y lamentos.
Directamente me preguntó si le podía conseguir una persona que viviese con ella, por carecer de una vivienda o porque necesitase por algún motivo una dirección en Buenos Aires, y que tal vez le pudiese hacer algo de compañía.
El hijo soltero, entre novias, estudios y trabajo, pasaba cada vez menos tiempo en la casa, y ella necesitaba aunque sea, llenar la casa. Si hubiese alguien más, no la sentiría tan vacía y tal vez, ella misma no se sentiría tan sola. Porque claro, al negarse a utilizar una silla de ruedas, estaba imposibilitada de salir a la calle, y por lo tanto de tener ese mínimo contacto humano, que nos hace dar cuenta de que no estamos solos en el mundo.
Como yo estaba estudiando Cábala y temas referidos a la práctica de las leyes judías, en una sinagoga que pertenece a una organización que también se ocupa del asistencialismo, tanto para niños, familias en peligro social, y también tratan de cubrir otras necesidades humanas, creí apropiado plantear la situación de mi amiga en uno de los cursos a los que asistía.
Conté lo que pasaba con mi compañerita y me dieron un teléfono.
El teléfono que me dieron, correspondía a un sector de esa organización. Ese sector se denomina "leoded", palabra hebrea que traducimos como: alentar.
Justamente ese sector está conformado por voluntarios cuya misión es ayudar a personas enfermas y acompañarlas según sus necesidades.
Mi compañerita podía llamar a ese lugar y plantear su problema. Y así lo hizo.
Poco tiempo después recibió la llamada de una de las voluntarias de la institución. Fijaron una cita, y en el día y la hora indicados, recibió la visita de la voluntaria. Apenas quedó sola, mi amiguita me llamó, para contarme las novedades.
-Vino una chica divina. Es chilena y tiene veintiséis años - empezó ella - pero me trajo velas para que las prenda el viernes como es costumbre de los religiosos-.
Ella calló y yo hice lo mismo. Luego de un breve silencio, que en la conversación marcaba como una diferencia notable con lo que seguiría, ella continuó.
-¡Pero yo no creo!- afirmó enfáticamente.
Luego volvió a callar y yo volví a esperar.
-¡Pero la chica es tan rica, tan amorosa, me gustó tanto estar con ella!- exclamaba mi compañerita.
Volvió a callar y yo a esperar.
-Yo tenía una tía que no quería venir a mi casa, porque mis padres no cumplían con el kashrut (1). Nosotros sí los visitábamos. A veces íbamos los viernes. Y a mi me gustaba. Me gustaba ver como prendían las velas, decían la bendición sobre las mismas, tomábamos algo, y había mucha paz y eso me gustaba. Pero mis padres no hacían nada de eso. Y yo igual que mis padres, nunca prendí velas, ni comí kasher (1), ni me interesa, porque no creo-.
Mientras ella hablaba, pensaba si le podía decir algo. Pero seguí esperando.
En eso ella volvió a suspirar y dijo:
-¡Pero la chica es tan rica! ¡Me trae tan lindos recuerdos!-
Entonces, le dije:
-Seguí recibiéndola. Pasá esos buenos momentos-.
-Pero,¿te parece? Si yo no creo- protestó.
-Pero pasás buenos momentos-.

II

En los meses que siguieron, volvimos a tener varias veces la misma conversación que tuvimos después de la primera visita de la voluntaria de "leoded". Ella repetía que la chica era muy rica, muy amorosa, muy agradable, que la pasaba muy bien, pero que ella no creía. Y por mi parte le aconsejaba que si se daba todo eso de pasarla bien, de poder recordar cosas agradables y buenas, que siga adelante con los encuentros.
La voluntaria la visitaba una vez por semana. Y a medida que pasaba el tiempo, yo iba notando, que esa vocecita afinada con la que sólo había expresado tristeza, soledad y las imposibilidades físicas derivadas de la enfermedad , se había engrosado. La vocecita iba tomando fuerza y se iba afirmando. Pero lo más importante, era que ahora había cambiado la temática, y en los meses que siguieron no la escuché plantear ni sus quejas, ni sus impotencias.
Y cerca del Año Nuevo Judío, mi compañerita me llamó para contarme que estaba muy contenta, porque la voluntaria de "leoded", le había traído toda la comida que ella iba a necesitar para celebrar la festividad en su casa, invitando a sus hijos.
En esa ocasión, no hubo quejas, no hubo vocecita afinándose en manos de la temible soledad. En cambio había gratitud y un poquito de esperanza.
Y así pasó el tiempo. La voluntaria visitándola y mi compañerita cada vez más animada.

(1) KASHER Y KASHRUT se refieren a la dieta alimenticia que está ordenada en la ley judía.

 Ahora cuando se la llama por teléfono, cuando uno le pregunta: ¿cómo estás? ella contesta sencillamente que bien, con un largo suspiro.
Ya no pretende dar lástima.
Ahora su espíritu se fue llenando, y eso es en mi criterio el único resguardo frente a la soledad.
Pero tengo una primicia. La última vez que la llamé, me contó que se iba unos diez días a Villa Gesell. Que estaba ansiosa por ver el mar. Que deseaba mucho ver el mar. Y que ya había hecho las reservas necesarias en el hotel.
Ni siquiera le pregunté si iba a ir con la silla de ruedas, ya que eso era obvio. Después de pasarse muchos años sin salir a la calle ahora se iba a Villa Gesell, aceptando su deseo de ver el mar y de cumplir con su deseo. Y por supuesto, si puede ir a Villa Gesell con su silla de ruedas, puede ir a cualquier lado con esa ayuda.

 Nota de la autora:

Quiero aclarar, porque también eso es importante, que los voluntarios de "leoded", que como dijimos quiere decir, alentar, pertenecen a una organización que se llama Jabad.
Jabad, es el acróstico de tres palabras hebreas: jojmá, biná y dáat. Jojmá quiere decir inteligencia, biná quiere decir comprensión, y dáat quiere decir conocimiento.